Del sufrimiento a la comprensión: un camino a recorrer

¿Te has preguntado qué significa para ti el sufrir? ¿Cómo nos damos cuenta de que estamos sufriendo?

Con esto, no nos referimos necesariamente a un dolor inhabilitante, a una gran pena o depresión, sino a algo más sutil. Algo que podríamos quizás definir de acuerdo a una experiencia subjetiva, como una sensación incómoda, una tensión constante, o una emoción que vuelve: algo de ansiedad al despertar, un temor cuando creemos que estamos siendo amenazados, inseguridad sobre qué paso dar, rencor por una rencilla pasada, incluso la euforia, un entusiasmo desmedido, que podría considerarse como una emoción placentera, pero que si la observamos con detención, seguramente nos daremos cuenta de que, muy por el contrario, no nos es cómoda, y no resulta en una satisfacción duradera.

Es por esto por lo que podemos afirmar que todos sufrimos, en algún grado, acorde a nuestra vivencia y la experiencia de vida. Aunque seamos personas aparentemente alegres (o por momentos), sin grandes problemas, estamos sujetos a un constante sufrimiento.

Y no hay nada de malo en ello, es simplemente como funcionamos como seres humanos.

Si bien la mayoría de las veces no podemos cambiar las condiciones externas, cabe preguntarse: ¿Por qué se genera en mí esta tensión? ¿Por qué no puedo simplemente sentir una emoción, tomar de ella la información que me ofrece, y dejarla pasar?

“Sufrir” significa literalmente “sostener”. Esto en otras palabras, significa que, a un nivel no consciente, reconozco la tensión y le asigno una importancia tal que tiene la fuerza suficiente para amenazar la imagen que tengo de mí mismo y de mi vida. La emoción pasa a tomar nuestra atención, a atraparnos sin nuestra intención de ser atrapados, sin nuestra voluntad. Este fenómeno de ser “atrapados” por nuestras emociones se conoce como “identificación”. Es debido a la identificación con las emociones, el creer en algún nivel que somos ellas (y actuar en consecuencia), que sufrimos. Y efectivamente, cuando actuamos desde nuestro sufrimiento, creamos nuevas condiciones para el sufrimiento, en un ciclo vicioso.

Cuando estamos tomados por una emoción, toda nuestra atención está cautiva. Cada vez que no podemos distraernos de eso que estamos sintiendo o pensando, toda vez que actuamos desde estos estados, haciendo o diciendo cosas que no queremos hacer o decir realmente, estamos identificados, tomados por la emoción. Sentimos de pronto, que no tenemos el control. Y así, en este estado, no podemos disponer de nuestra energía y de nuestra atención. Esto es el sufrimiento. Pero el hecho de que vivamos de esta forma no significa que debamos seguir viviendo así o que no tengamos a nuestra disposición una alternativa.

¿Podremos recuperar nuestra atención, y ponerla a disposición de algo más, algo distinto?

El cambio comienza con una nueva comprensión, al darnos cuenta de que: el sufrimiento está principalmente dado por el dejarnos tomar por nuestras emociones, o por nuestros pensamientos; y de que está disponible para nosotros, en cada momento, una nueva posibilidad. Con esta pregunta la posibilidad de liberarnos del sufrimiento va apareciendo, se va materializando.

Cuando estamos identificados no nos damos cuenta de que es el propio sufrimiento la oportunidad misma de liberarnos. El solo darnos cuenta de que podemos soltar ya es un gran paso, en muchos casos, suficiente para alcanzar un nuevo estado (lamentablemente, en la mayoría de los casos, somos nosotros mismos quienes nos interponemos a esta liberación: son nuestros orgullos, nuestro ego).

Esta posibilidad de liberarnos no es una simple idea que se entiende desde la mente, sino que es necesaria para su aplicación en nuestras vidas una profunda comprensión, es decir, una experiencia armónica, que incluya nuestro pensar y nuestro sentir de forma simultánea. Cuando esto ocurre, ya no podemos ver la vida de la misma manera. Todos a lo largo de nuestra vida hemos tenido distintos grados de comprensiones, y es así mismo como se comprende (es decir por grados), como se recorre un camino.

Limitarnos a verificar que sufrimos es un desperdicio de energía. Y lamentarnos o sentir lástima porque estamos sufriendo es aún peor. Del sufrimiento podemos obtener un material, una substancia con la cual es posible construirnos de otra manera, más equilibrada, ecuánime, firme y serena. Es posible transformar este sufrimiento en combustible energético para mejorar nuestra experiencia de vida. Pero ello requiere un esfuerzo. Y a su vez es cierto que nadie nos lo ha enseñado. Es justamente eso, lo que podemos aprender mediante un Trabajo de autoconocimiento diseñado para tales efectos.